Bienvenido hace Memoria con El Rámper

A veces la vida te da una segunda oportunidad y te hacer recuperar una tiempo perdido. Otras, por desgracia, hacen que la consigna sea olvidar lo vivido en el cajón del archivo olvido. 

Por Luis Rossi

Aquel niño viñero que ensayaba en un lavaero se hizo mayor cantando coplas, rascando del fondo de la Caleta. Se hizo cantor, que ya se sabía. Se hizo autor, que ya se sabía. Y ahora, se hizo actor, que se desconocía. Y esto lo ha hecho posible gracias a su hombre ‘El Rámper’.

Con esta obra, que en la tarde noche del domingo se ha estrenado el Gran Teatro Falla, ha conseguido no sólo un lleno completo, sino encandilar a un público con su sola presencia y sus mil formas. 

El Rámper, el hijo cantor de la clase obrera, es el apodo de un personaje creado ex profeso para hacer un homenaje a esos carnavaleros gaditanos que fueron asesinados a manos del fascismo, tras el Golpe de Estado de Franco, en el llamado terror caliente durante en el 36.

“El disfraz no es para esconderse, es un uniforme de guerra”

Obvio que el nombre ya hace una alusión clara a gente como Juan Sevillano o Manuel León, relacionados con la conocida como murga de San José, que criticaba satíricamente a la iglesia y la monarquía. O el uso de ‘Los rampers catastróficos’, recordando aquellos ‘Rampers filarmónicos’. 

Es por ello que la carpa circense con la que juega el payaso, se convierte de pronto en una suerte de bata tricolor, haciendo alusión a la insignia republicana. “Los necios que obedecen sin preguntar son los más peligrosos”. Directo a la yugular. “El disfraz no es para esconderse, es un uniforme de guerra”: sentencia para enmarcar. 

Del Carnaval al flamenco

En relación al cante -porque esta obra va jugando tanto con lo musical, como con el texto puro y duro- empieza haciendo alusión al Carnaval, con coplas a modo de pasodobles y unas piezas satíricas entre medio, por no llamarle cuplés directamente, con su correspondiente coda o estribillo. Piezas donde el humor supera al dolor de los golpes. 

Sin embargo, a medida que la historia se va ennegreciendo, Bienvenido camina por otros senderos, para ir perdiendo ese halo carnavalesco. Así, la pieza clave, y con la que muestra sus grandes dotes con la garganta, es la parte donde El Rámper es fusilado, con un cante de fragua interpretado de manera espléndida. El martinete hace volar musicalmente a Bienvenido que lo eleva a un registro de flamenco puro, cenit de la obra. 

Otro de los puntos destacables son el juego de luces (como la trapecista) y de elementos que va presentado en escena, como los pañuelos, la radio o la cajita de mar. Eso sí, destaca muy por encima la máquina de escribir y un peculiar maestro don Liberto, demostrando su alto manejo de los instrumentos, añadiéndose el manejo de todo su cuerpo para coordinar los movimientos.  Como en todo la obra, la crítica nunca es gratuita y su plumazo a Pemán queda reflejado.

Dos notas negativas y una de regalo. La primera, el tempo de fraseo. Demasiada recreación. Juega bien con la voz (cuando habla), pero se gusta en demasía y, aunque no es molesto, puede llevar a un estiramiento del chicle innecesario. Ocurre algo parecido con algunas partes, como el caso del padre que, si bien es hermosa, es innecesaria para seguir el hilo de la obra. Tendría más sentido incluir la pieza musical que se queda fuera y que sirvió de broche regalo al espectáculo. 

Y hablando de regalo, regalito más bien, cierto sector del público que, aunque por momentos pareciera, no se trataba de una obra de Carnaval, aunque también duela, siendo innecesario las continuas interrupciones que despistan tanto al actor, como al resto de los espectadores. 

No hay que olvidar a los músicos, Raúl Domínguez Botella y Andrés Hernández Pituquete, si bien están en un segundo plano, tanto que no aparecen físicamente, son parte muy importante de la historia. 

“El miedo trajo el silencio y el silencio el olvido”. Demoledor.

Una obra que hace patente la necesidad de seguir hurgando en la herida de la Memoria, no para abrirla, sino para cerrarla, porque después de 80 años, sigue sin cicatrizar y está infectada. “El miedo trajo el silencio y el silencio el olvido”. Demoledor.

Obra para deleitarse, emocionarse, pensar y, aunque no sepamos la verdad, ni podamos reparar el daño de las víctimas, al menos se hace memoria y algo de justicia recordando los nombres de los que perdieron la vida.