Cerca del yacimiento fenicio del Teatro del Títere se encuentra un local inexplorado y que en su interior conserva en perfecta anarquía cientos de cajas y bolsas de plásticos, desordenadas para la humanidad, pero metódicamente estructuradas en la mente del comerciante.
Texto y Fotos: Luis Rossi
“A veces hay que perderse para encontrarse”, bajo esta inspiradora frase que se puede encontrar en cualquier perfil místico de Facebook, ilustrando una foto contemplativa, se halla uno de los misterios más enigmáticos del hombre: ¿cómo es posible que el ‘Millonario’ tenga de todo? Ramón Gómez Gallardo, conocido en Cádiz por regentar una tienda de disfraces, juguetes y elementos de broma en la calle Barrié, lleva más de 35 años en un negocio donde ha tenido que librar varias batallas con una dura competencia a lo largo de este tiempo.
Todo empezó cuando el padre de este viñero del barrio de El Balón, Luis Gómez Ruso, empezó a vender frutos secos y caramelos por la calle. Con un carrillo de mano, sus hijos le acompañaban vendiendo caretas y plumeros, hasta que en la calle Compañía montó una establecimiento de venta al por mayor.
“Antes de que se vendieran paquetes de pipas, mi padre ya nos ponía a rellenar bolsitas para vendérsela a las tiendas”, comenta con melancolía el gaditano, recordando la figura paterna. Precisamente, de él heredó la tienda, toda vez que cambió de las chucherías a los disfraces y jugetes, así como su apodo por el que es conocido en Cádiz “y parte del extranjero”.
“A mi padre le decían el ‘Millonario’, porque era muy bromista y siempre alardeaba de tener una fajo de billetes en el bolsillo”, pero la realidad era “que lo que gastaba, eran bromas”.
Un estudiado caos, entre humedad y reliquias del pasado.
Desde el 82 lleva Ramón en el mismo local y tras tantos años, aquello se ha vuelto algo más que un museo del disfraz. Cerca del yacimiento fenicio del Teatro del Títere se encuentra un local inexplorado por el hombre, salvo por el dueño, y que en su interior conserva en perfecta anarquía cientos de cajas y bolsas de plásticos, desordenadas para la humanidad, pero metódicamente estructuradas en la mente del comerciante.
Un estudiado caos, entre humedad y reliquias del pasado. “Yo sé dónde están las cosas, pero pienso en los ferreteros e imagino que ellos lo tendrán más complicado”, comenta humildemente.
Caretas de todo tipo, pelucas, pollos de goma, la tradicional nariz de plástico con su bigote y sus gafas –un clásico que nunca pasa de moda-, sombreros y gorros (de policía, de vikingo, de pirata, de marinero…), o pitos de carnaval, forman parte del inmenso e inenarrable catálogo de productos que atesora en sus 13 metros cuadrados de tienda y más de 60 de almacén.
Entre todos, destaca un artículo que tiene una especial importancia en la ciudad gaditana pero que no “suele venderse en muchos sitios”, según comenta, el típico plumero carnavalesco.
“Los plumeros me lo hacen por encargo y no se encuentran tan fácilmente”
“Los plumeros me lo hacen por encargo y no se encuentran tan fácilmente”, defiende un comerciante que pone en valor los productos genuinos, como son las horquillas de juguetes “para los pequeños cofrades de la casa”. En tema de juguetería también va servido el local, ya que son muchos los artículos desde los bichos de goma, hasta los cochecitos o algún que otro ‘comboy d´a pejeta’ –muñecos de colores de indios y vaqueros-, perennes en los recuerdos de los niños de los 70 y 80.
No obstante, sigue recibiendo pedidos porque la tienda suele tener su clientela. Si bien en los últimos años se nota en demasía el bajón económico, el Millonario sostiene con orgullo que “se mantiene” a pesar de la feroz competencia de las tiendas de “los chinos”, como popularmente se le conoce.
Aunque haciendo una retrospectiva histórica, él mismo se da cuenta que no solo son los actuales establecimientos asiáticos, sino que también ha aguantado el tirón de los bazares marroquíes y, años antes, los conocidos como ‘Todo a cien’ o las tiendas de ‘20 duros’.
“Lo que ofrecen ellos son de baja calidad y en mi caso hasta vendo artículos originales y únicos”, resaltando como ejemplo los ya citados plumeros o los huevos rellenos de papelillos. “El vecino del bar hace muchas tortillas y rompe los huevos con mucho cuidado, yo después limpio las cáscaras y le meto dentro un puñado de papelillos”, y así se fabrica de manera casera y artesanal un elemento de broma “que siempre funciona entre la chavalería”.
Mayormente es la fecha del Carnaval la que le da la vida al negocio, haciendo su particular agosto para tirar casi todo el año. Agrupaciones de todo tipo han pasado por el local buscando un elemento para su tipo, pero ya cada vez menos, puesto que “los artesanos les hacen todo el disfraz y solo viene por detalles”.
Épocas como las de Halloween también animan el negocio, teniendo un incremento de las ventas en los últimos años. “Tosantos ya no se celebra, la gente le gusta más todo lo que tenga que ver con los muertos y se vende mucho más a finales de octubre”, sostiene el viñero.
Pese a todo, sabe que le queda poco tiempo y espera con ansias los años que le aguardan hasta su jubilación, aunque reconoce que no sabe qué va a hacer con el negocio.
Un negocio que tiene su clientela local, pero también son muchos los turistas a nivel nacional que se acercan y compran productos. Sin embargo, con los turistas extranjeros es cosa distinta, porque “entran, hacen fotos y se van”, según resalta con gracia, “y no dan ni los buenos días”.
Tras años en el mismo lugar, son miles las anécdotas como una vez que vino un cliente buscando una peluca y una careta para “espiar a la mujer y que no lo conociera”, una historia que se toma con un humor porque “se llevó lo justo para taparse, pero vamos, que al lejos se veía que era él”.
Un anciano llegó pidiendo una dentadura de plástico porque el perro se había comido la suya de verdad»
O como aquel anciano que llegó pidiendo una dentadura de plástico “porque el perro se había comido la suya de verdad y no tenía dinero para unas nuevas”. Risas, pero con cautela porque se da cuenta que no son más que historia de alguien que lleva muchos años conviviendo en el mismo lugar.
“La gente se harta de buscar las cosas por todos sitios y la final las encuentra aquí, cuando deben hacerlo al revés, ahorrándose el tiempo”, describe con arte un comerciante que sigue trabajando a pesar de la crisis, la dura competencia, aunque eso sí, del modernismo de internet no quiere oír ni hablar. Le ha pillado muy tarde.
Plumeros, antifaces, petardos y lo que se tercie, todo tiene cabida en este lugar que, pese al nombre, no lo regenta ningún acaudalado, o quizás no un económicamente acomodado, porque en simpatía es más que millonario.
Publicado en lavozdelsur.es
LEA + Pepe Silva: El laureado coplero sin antifaz